La herida del rechazo en la niñez.

No hay duda de que nuestros cuidadores principales: padres, abuelos, tíos, familiares, etc. que nos criaron, son quienes nos dieron normas, reglas, ejemplos a seguir, es decir son el modelo que tenemos de niños para definir nuestra personalidad, nuestra identidad.

Pero a veces en ese aprendizaje las experiencias o algunas de ellas no fueron de felicidad sino más bien traumáticas y nos generaron un intenso sufrimiento; la posibilidad de que su influencia haya pervivido incluso hasta nuestra adultez es más que segura, Gran parte de los problemas psicológicos que arrastramos durante nuestra vida tienen su origen en estas heridas emocionales que sufrimos en la infancia. Creamos nuestra personalidad en base a ellas y es así como nuestra actitud antes las distintas circunstancias de la vida están muy influenciadas por esas vivencias de nuestros primeros años. Es por eso que ante determinadas situaciones de tensión nos sorprendemos porque reaccionamos de modo infantil y no somos capaces de dar una respuesta más acorde a nuestra edad. En esos momentos de crisis salen a la superficie y nos deja en evidencia nuestro niño rechazado, abandonado, humillado, traicionado o maltratado.

No es nada raro que las heridas emocionales del niño que fuimos y que todavía vive en nosotros condicione nuestro presente y amenace determinar nuestro futuro.

El vínculo emocional que el niño establece con los padres o cuidadores principales, de quienes espera protección y seguridad necesarias para crecer lo llevan a sentir apego para obtener esta protección y seguridad.

Cuando el niño fue querido, protegido y aceptado incondicionalmente por lo que era, nuestro hijo, no por lo que hacía para agradarnos desarrolla una buena salud emocional y capacidad de entablar relaciones maduras con los demás.

Si por el contrario nuestros progenitores actuaron de manera sobreprotectora, negligente, errática o desorganizada en su vínculo afectivo, es muy posible que de adultos seamos víctimas de cierto desequilibrio emocional y tengamos serias dificultades para establecer relaciones sanas con otras personas, sin siquiera darnos cuenta del problema de raíz, la familia disfuncional en la que crecimos.  

Si bien es cierto que todas estas circunstancias de la niñez nos dan patrones que nos marcan fuertemente, también es cierto que ahora que somos adultos es nuestra responsabilidad trabajar en ellas, en tanto en cuanto lo queramos superar.

Para hacer este cambio de carácter en cualquier aspecto de nuestra personalidad que no nos gusta, es necesario hacer consciencia de esas viejas heridas emocionales que aún nos siguen influyendo, identificándolas a qué tipo de abuso fuimos sometidos en nuestra niñez. 

Hablemos de las heridas emocionales de la infancia que todavía duelen como adultos.  

El rechazo

La percepción es nuestra forma de ver el mundo de afuera y el de adentro. Esta es influenciada por toda la información que obtenemos de las palabras de los que nos rodean, el ambiente al que estamos expuestos, los comentarios y actitudes de las personas.  Como la personalidad forma nuestra realidad, es ahí cuando la percepción de que no somos buenos, no servimos para hacer esto o lo otro, no valemos como persona, sale a flote en nuestra vida diaria y sabotea nuestras relaciones y creamos nuestra propia realidad. No somos buenos, es decir nuestra Autoestima está por el suelo. También habrá miedo al fracaso, pues hay que demostrar que sí se es bueno y para eso se buscará aprobación de otros sin darse cuenta que la más importante, que la que realmente gobierna nuestras vidas es nuestra propia aprobación. Nuestro criterio sobre nosotros mismos es lo más importante.

Si el niño se ha sentido rechazado por su padres o cuidadores principales, es muy probable que tienda al aislamiento y adopte una actitud de huir o esconderse. Es la reacción básica de una persona que se siente rechazada, huir. Es muy común que un niño que ha sufrido la herida emocional del rechazo se cree un mundo imaginario, así pasará gran parte de su tiempo en su mundo.  Es probable que se encuentre más a gusto jugando solo e inventándose historias. Esa es su manera de huir de la realidad. En general, aquellos que se han sentido rechazados en la infancia suelen tener pocos amigos en el colegio y lo mismo les sucede más tarde en los trabajos. Se sienten más cómodos en soledad.

En la adultez, las personas con esta conducta tienden a no apegarse a las cosas materiales, ya que éstas les podrían atar y les impedirían huir en un momento dado.  De la misma manera, les cuesta mucho comprometerse afectivamente con otra persona por su tendencia a la huida y por su miedo a volver a ser rechazadas. Por lo general, salen corriendo de una relación cuando alguien les ama porque se sienten asfixiados(as). A causa del rechazo sufrido en la infancia, no se sienten merecedores(as) del amor.  Así que cuando alguien les ama, no creen que esto pueda ser así y pueden llegar incluso a sabotear la relación, aunque vaya de lo mejor.  

Los huidizos no son personas materialistas, sino que suelen sentirse atraídos por el mundo espiritual y cultivan aficiones intelectuales como la lectura, arte, etc.

Las personas con la herida emocional del rechazo durante la infancia se infravaloran y descalifican a sí mismo hasta tal punto que podrían anularse.  Para compensar esta baja Autoestima, o más bien dicho no saludable, buscan a toda costa ser perfectos en todo lo que hacen para lograr el reconocimiento de los demás, en especial de su familia. Este perfeccionismo esconde un gran temor a cometer algún error. Sienten que si se equivocan serán criticados(as) y juzgados(as) por ello, lo que significaría nuevamente un rechazo. En su percepción de creerse imperfectos, tratan de compensarlo persiguiendo la perfección de todo lo que hacen. Confunden el Ser con el hacer. 

A veces su tendencia al perfeccionismo puede ser tan obsesiva, que a menudo cualquier tarea les puede llevar demasiado tiempo, lo que termina por bloquearles. Más que miedo es pánico a fallar, a equivocarse, por lo que al final se paralizan.

Por otro lado esta herida emocional del rechazo es tan intensa y profunda que las personas que la han sentido pueden acumular un gran rencor, sobre todo, hacia sus progenitores, especialmente en su subconsciente, por lo tanto no lo reconocen peor aceptarlo.

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