Síntoma nuclear 2: dificultad para establecer límites funcionales.
De acuerdo a Pía Mellody y su libro la codependencia, este es el segundo síntoma nuclear que origina la enfermedad de la codependencia.
Hablando de límites ella dice: “Los sistemas de límites son “vallas” invisibles y simbólicas que tienen tres propósitos: a) impedir que la gente penetre en nuestro espacio y abuse de nosotros; b) impedirnos a nosotros entrar en el espacio de otras personas y abusar de ellas, y c) proporcionarnos un modo de materializar nuestro sentido de “quiénes somos”. Los sistemas de límites tienes dos partes: la externa y la interna”.
En ocasiones anteriores he hablado acerca del problema de tener el “no” dañado y el establecimiento de límites es parte importante de aprender a decir no cuando tenemos que hacerlo. Lamentablemente en la vida diaria y de acuerdo a los parámetros con los que nos han criado en ciertas culturas, hay ocasiones en que no podemos decir NO, no nos está permitido. En mi opinión eso es una invasión a nuestro espacio (como dicen algunas personas, a nuestro metro cuadrado) y a nuestra individualidad, a la que todos tenemos pleno derecho. Desde niña siempre he dicho, Dios nos dio el libre albedrío, porqué alguien tiene que quitarnos ese derecho!. Ya se pueden imaginar en los problemas que a veces me metía.
Cuanto establecemos límites externos escogemos la distancia con otras personas y les hacemos saber hasta dónde pueden llegar tanto en la parte física como en la sexual y hay un dicho muy viejo, pero muy cierto: el hombre no llega si no hasta donde la mujer quiere. Desde luego los límites también van para nosotros, para ser sensibles a los límites que nos fijan otras personas, para no causarles malestar.
Cuando una persona tiene límites e igualmente respeta los límites de los demás, tienen relaciones en base al respeto mutuo en todo sentido, especialmente en el ámbito sexual que es donde más vemos la ausencia de límites. La persona sin límites al no tomarlos en cuenta los transgrede y termina como agresor o un abusador flagrante, como quienes golpean o atacan sexualmente a la esposa. Aunque algunas personas no están de acuerdo, el sólo hecho de obligarle a la esposa a tener relaciones sexuales cuando ella no lo quiere es considerado abuso y traspaso de límites. Agredir a los hijos con castigos severos o abusos de cualquier índole a cuenta de ser padre, también lo es. Abusar de la amistad con los amigos que por ser nobles y buenos amigos se dejan abusar, es también falta de límites.
Las personas sin límites no están conscientes de los límites de las otras personas ni son sensibles a ellos, no los identifican.
Los límites internos son más difíciles de identificar y de manejar ya que estos son para proteger nuestros pensamientos, sentimientos y conductas y mantenerlos funcionales. Con estos límites asumimos la responsabilidad de nuestros pensamientos, sentimientos y conductas, no los confundimos con los de otras personas, no las culpamos por lo que pensamos, sentimos o hacemos nosotros. Este límite nos hace responsables únicamente por nuestros sentimientos, acciones, emociones y lo que decimos, dejamos de manipular a las personas para hacerlas responsables de ello.
Esto es muy importante en el trabajo con la codependencia ya que uno de los puntos principales que se trata de clarificar es que solamente somos responsables de nuestras palabras, nuestra conducta, nuestras acciones, nuestro esfuerzo, nuestros errores, nuestras ideas y las consecuencias de mis acciones; no somos responsables por los de otras personas. Asimismo tenemos que aprender a no hacer responsables a otras personas por los nuestros, especialmente por nuestros errores.
Si la falta de límites externos nos hace abusar de las personas en el aspecto físico, la falta de límites internos hace que el sarcasmo, el herir y menospreciar a otras personas o culpar de lo que estamos sintiendo, pensando o haciendo, o lo que nos está molestando, sea su principal objetivo. Es usual también que trataremos de hacerles pensar, sentir o actuar de acuerdo a lo que nosotros queremos, a nuestra conveniencia. Esto se hace porque a mí me da la gana! Les suena familiar?
Los límites se aprenden en la niñez, cuando somos niños no conocemos límites no tenemos ningún modo de protegernos del abuso de los otros o de ser abusivos con otras personas. Son los padres los llamados a enseñar estos límites para proteger al niño de otros y también enseñarles a que no sean abusivos con otras personas. En algunos casos podría darse la figura que sean los mismos padres los que abusen al niño sin darse cuenta. Es esta protección y este señalamiento por parte de los padres lo que permite que el niño, cuando llegue a la adultez, tenga límites sanos y firmes, pero flexibles.
Cuando crecemos en hogares disfuncionales encontramos distintos tipos de deterioro de los limites o no están bien protegidos o están demasiado protegidos. Esto trae como consecuencia ausencia total de límites, límites dañados, muros en lugar de límites o cambios que van entre muros y ausencia de límites.
Las personas que no conocen los límites no se dan cuenta en absoluto que están siendo objeto de abuso así como también no se dan cuenta que están abusando a otros. Dejan que se aprovechen de ellas creyendo que no tienen derecho a decir NO.
Un sistema de límites dañados tiene lo que podríamos decir agujeros. A veces con ciertas personas ponen límites y cuidan de sí mismas, pero con otras son incapaces de hacerlo. Podría darse el caso de que ponen límites siempre y cuando no sea una figura de autoridad, o conyugue o sus hijos. O podrían establecer límites pero no cuando están cansadas, enfermas o asustadas. En los altibajos de estas personas entra en escena el control, parte vital para el codependiente. Es interesante ver que estas personas tratan de hacer cambiar al cónyuge cuando hace cosas que “no están de acuerdo con ellas” pero cuando las hace el hijo no pasa nada! O podría ser que alguien de su familia hizo algo inapropiado y quien siente vergüenza es ella, lo que llamamos vergüenza ajena, si han oído no es cierto? Y así van esos límites sube y baja, a veces están, a veces no están en exactamente la misma circunstancia.
Las características de las personas con muros en lugar de límites son la cólera, el miedo, el silencio o las palabras pretendiendo reemplazar así los límites intactos.
Si usan la cólera de modo verbal o no verbal envían el mensaje de que: “si te acercas a mi o dices algo sobre esto o aquello, explotaré, golpearé o gritaré, así que cuidado”. Desde luego que temerán acercarse por no desencadenar esa cólera.
Las personas que utilizan el muro del miedo se apartan de los otros para estar a salvo, no acuden a reuniones sociales y si lo hacen no se quedan conversando o si se ven obligados a ellos su mensaje es: “no te acerques a mi o me desmorono”. Equivocadamente piensan que así alejarán a los abusadores sin darse cuenta que al contrario son presa fácil para ellos.
Emplear el silencio por muro de defensa es tratar de pasar inadvertida(o) y sólo observar lo que sucede sin participar. Quien utiliza las palabras no para de hablar hasta cuando alguien trata de intervenir en la conversación. Estas personas pueden pasar de un muro a otro creyendo mantenerse invulnerables.
Los cambios que van entre un muro y límites inexistentes se dan cuando un codependiente que usa muros por protección se arriesga a salir y ser vulnerable, pero de pronto se da cuenta que está indefensa por no tener límites. Esto constituye una experiencia penosa cuando se encuentra con algún abusador o alguien que sólo piensa en su propio bienestar y nada más, así que al darse cuenta de su vulnerabilidad, se repliega nuevamente a su muro de protección sea cual fuere, cólera, miedo, silencio o palabras.
Lo lamentable de los muros es que, aunque brindan un amparo sólido, no permiten la intimidad y dejan al codependiente aún más aislado y solitario.
En mi siguiente blog hablaré del origen de los límites disfuncionales.
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