El por qué de nuestras reacciones

Por qué actuamos a veces de forma que no entendemos?

Gran parte de los problemas que arrastramos durante nuestra vida tienen origen en las heridas emocionales que sufrimos en nuestra niñez. La influencia de nuestros cuidadores principales en nuestras actitudes es muy grande.  En nuestros primeros años de vida generamos emociones que por nuestra corta edad no las entendemos, aprendemos a formar nuestra identidad basada en estímulos que recibimos de afuera, con ellos construimos nuestra valía en nuestro  interior, o sea nuestra Autoestima. Esos estímulos son todo el amor, comprensión, aceptación, etc. que nuestros cuidadores principales deberían darnos.

Aunque no nos demos cuenta y no lo queramos aceptar,  nuestra personalidad y nuestra actitud hacia la vida está influenciada por las vivencias que tuvimos durante nuestros primeros años de vida. Cuando por algún motivo o circunstancia estas experiencias infantiles fueron traumáticas y nos generaron un intenso dolor o sufrimiento, a más de ansiedad y confusión, es muy probable que su influencia permanezca hasta nuestra edad adulta. Así en momentos de crisis, circunstancias de tensión, etc. nos sorprendemos reaccionando de modo infantil o nos damos cuenta de que no somos capaces de dar una respuesta más acorde a nuestra edad y a nuestro criterio.  Es en esos momentos de crisis, cuando nuestro niño rechazado, abandonado, humillado, traicionado o tratado de modo injusto sale a la superficie y nos deja en evidencia.  Como resultado, las heridas emocionales del niño que fuimos y que aún viven en nuestro interior, condicionan nuestro presente y amenazan por determinar nuestro futuro.

Estas heridas emocionales de la infancia son el resultado del tipo de relación que tuvimos con nuestros padres o nuestros cuidadores principales, de quienes dependimos en los primeros años.  El vínculo emocional que el niño establece con los padres o los cuidadores es el que aporta la protección y la seguridad necesarias para crecer con un buen desarrollo psicológico y por ende una valía interior.

Cuando en la infancia nuestro vínculo establecido con nuestros padres o cuidadores fue de protección y aceptación y amor incondicional, es muy probable que hayamos crecido con una buena salud emocional y seamos capaces de entablar relaciones maduras con otras personas, relaciones saludables.

Por el contrario, si nuestros progenitores actuaron de manera sobreprotectora, negligente, evasiva o desorganizada en relación al vínculo afectivo, es muy posible que como adultos seamos víctimas de cierto desequilibrio emocional y tengamos serias dificultades para establecer relaciones sanas con otras personas. El crecer en una familia muy disfuncional deja secuelas en el plano afectivo.  Tomemos en cuenta que la disfuncionalidad en las familias es más que frecuente, variando solamente el grado de ella. Familias unidas por muchos años no quiere decir funcionalidad, de pronto el padre estuvo ausente mucho tiempo, la madre fue maltratada o abusada verbal o físicamente frente a los niños,  la autoridad del padre era incuestionable, más bien dicho había en casa un dictador, el niño no era tomado en cuenta, mas bien era objeto de maltrato igual o de burla o castigos severos, etc. entonces las secuelas en el plano afectivo se presentan muy a menudo.

Para concluir, tanto las carencias afectivas como las dificultades para relacionarnos se pueden superar con trabajo personal.  Si queremos cambiar algún aspecto de nuestra personalidad que no nos gusta y sabemos no nos está sirviendo para nuestros intereses en el presente, lo primero que necesitamos hacer es concientizarnos de esas viejas heridas emocionales que aún nos siguen influyendo, identificarlas observando nuestro comportamiento y la forma cómo reaccionamos a ciertas circunstancias.

En los siguientes blog hablaremos de los posibles motivos que nos están inclinando a ello. Encontraremos la razón del por qué de nuestras reacciones que a veces no entendemos.

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